Tengo un sueño persistente, obsesivo, y lo peor, real. La poesía pierde la calle secuestrada por burócratas, por andróginos cerebrales que creen dominar un arte que se escapa entre los dedos de los que se jactan de ser lo que no son. Un ejército de junta letras, de pega versos, se arremolina alrededor de las instituciones olisqueando culos de consejeros, concejales, y diputados. Buscan la caricia en la cabeza que les abra la puerta de la subvención, del certamen, de su pestilente propuesta apoyadas por instituciones a los que la palabra cultura les parece una catedral llena de humedades que rellenan con poliespan y luces creyendo que ofrecen la palabra y el arte al pueblo.
Y el pueblo se lo cree.
Someten su pensamiento y se someten a la moda, a la vertiente, a la novedad ovillada en caramelo podrido que confunde el camino. No es cosa fácil escribir un poema, ni pintar un cuadro, ni sufrir el proceso de cualquier creación, si dejamos en manos mediocres estas cuestiones corremos el riesgo de claudicar nuestra libertad. La poesía por mucho que lo pretendan no tiene hogar, y mucho menos institución apolillada que la abandere. La poesía es libre y se manifiesta en los lugares y personas más insospechadas, es susurro, es luz y oscuridad, es guarida y prisión, es muerte y es vida, y por lo tanto impredecible e insobornable. No se crean todo lo que escuchan, sobre todo si es ofrecido en bandeja de plata, su mirada limpia es fundamental, búsquela en la calle, en los ancianos, en los niños, en la podredumbre o en la belleza básica, pero no pretenda encontrarla en festivales plagados y organizados por camarillas de aprovechados que no saben ni sabrán, por muchos libros que escriban, de lo que están hablando.
Las personas que amamos el verso libre de ataduras, profundo, espontáneo, flamígero y luminoso, negamos y manifestamos nuestra repulsa frente a los apesebrados rebaños de adalides culturales, funcionarios que pretenden prender la belleza sin saber que forma tiene, que encabezan reuniones y organizan festivales a costa del dinero público con el fin de vivir del cuento, aparentando unos conocimientos que no tienen y una sensibilidad de la que carecen. Son doctos en mediocridad, panfletarios con las tripas llenas de gases que es donde modelan sus inmundicias literarias que son celebradas por sus mecenas que encumbran a sus pupilos con un coro de rebuznos.
El poema es indómito y salvaje, asalta tu sueño, te aborda como un pirata en el océano, o te abruma como una lluvia de estrellas. Sus dominios son la vida y la muerte, la oscuridad y la luz, lo inexplicable y lo sublime, pero, sobre todo, se encuentra a años luz de los cuadernos de la ambición y de los falsos poetas que solo sueñan con el reconocimiento, una cuadra caliente y el morral lleno de cereal.
Rafael Becerra