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05 April 2021

POBRE BLANCO de Sherwood Anderson por Rafael Becerra

 


¿Cuándo te atrapa el progreso? ¿de qué forma se apodera de ti? Te rodea, te acorrala y difícilmente serás capaz de notar su silenciosa invasión, el primer golpe suele ser estrepitoso, como en una fiesta, cambia todo y de repente te invade la felicidad. La prosperidad está a la puerta, a partir de entonces todo será diferente, poco a poco, llevados de la mano de los más atrevidos nos sumergimos en el futuro. Hasta el punto de que pasado un tiempo los cambios más sutiles te pasarán desapercibidos, aceptarás las azucaradas mejoras como antes aceptabas la más ruin de las ignorancias. Entonces estás atrapado, intentar regresar es imposible, y solo te queda aceptar y firmar tu rendición.

Hugh Mcvey nacido de la pluma de Anderson se muere por agradar, por sentirse integrado y reconocido en el pequeño pueblo donde vive. Anhela el amor, la normalidad. Y se sirve de su ingenio para hacerse acreedor de tan volátiles tesoros. Construye una máquina que facilita la vida de la pequeña localidad agrícola, se gana el prestigio, pero en realidad es devorado por la industrialización imparable de la época que le ha tocado vivir. El retrato de ese avance implacable es el relato contenido en la novela: Pobre blanco. Las pasiones de sus protagonistas, la tragedia invisible que flota en el ambiente de prosperidad. Y la caída de todo el que se interpone en su camino.


Sherwood Anderson, autodidacta, no provenía de círculos académicos, sino que se formó rodando por Estados Unidos, una infancia itinerante de pueblo en pueblo, de colegio en colegio. Luego, la firme voluntad de ser escritor, de forma natural, inconformista, logró encandilar a la crítica con su colección de cuentos: Winersburg, Ohio. Pero ante una vida anterior de privaciones y calamidades, llegado su éxito y convertido en escritor famoso, no tarda en creerse su propia historia y en formar parte de una élite donde el trabajo más arduo es vigilarse unos a otros, mantenerse a salvo de las críticas y permanecer toda la vida en el candelero. En este punto la frescura da paso al hastío, la originalidad se vuelve mediocridad, y la caída es un abismo demasiado cercano. Faulkner lo retrata en su novela Mosquitos, donde no sale bien parado:

“Nuestra vida artística en Nueva Orleans me gusta, tiene una especie de encantadora futilidad” Su personaje Fairchild, caricaturizado de Anderson, provocó el enfado de éste, y el distanciamiento de los dos colegas, tal vez Faulkner trató de salvar a su amigo, de rescatarlo de una vida superficial que parloteaba sin parar sobre arte, sexo, literatura, sin profundizar en ninguna de sus opiniones. Sea como fuere, Sherwood Anderson fue víctima de aquello que supo denunciar tan bien en sus primeros libros: El progreso. Fue testigo de un cambio que lo acabó fagocitando y convirtiendo en alguien que nunca fue, pero que deseó ser desde su lejana e inestable infancia.