Hoy me adentro en ese pantano imaginario para hablar de un escritor amado y odiado a partes iguales: Charles Bukowski, muchas veces arrastrado a una mitomanía que él siempre rehusó. Las razones por las que un tipo como Bukowski tiene fama mundial se nos pueden escapar, pero lo que nadie puede obviar es que de alguna forma él dió el salto de las revistas “pulp” y las publicaciones underground a las grandes editoriales. ¿Y qué tiene su escritura para cautivar a millones de lectores? En mi humilde opinión creo que la sinceridad. Desconozco si el autor fue alguna vez consciente de la fama que se le venía encima, pero estoy seguro de que conocer a fondo su propia realidad lo llevaba a transgredir con descaro cualquier tipo de norma ya fuera literaria o de urbanidad. El resto, una legión de lectores deseosos de sumergirse en lo diferente, lo provocativo, lo sugerente: pura pornografía literaria. No es difícil imaginarlos comprando aquellas publicaciones camufladas entre otras revistas, abrirlas en soledad, en busca de lo diferente, del descaro.
Bukowski era un tío con gracia, un tocapelotas graduado en los caminos del alcohol y la indiferencia, nada afín a fanfarrias patrióticas ni militares. La vida lo había maleado de tal modo que el engaño no hacía mella en él. De modo que sus relatos están bañados en humor, a menudo rozando el cachondeo, y otras dotados de una crudeza y profundidad que nos deja “con las patas temblando”.
Y aquí llega la poesía donde la bofetada deja marca, donde el dolor y la decepción supuran y entonces entendemos algo de la soledad de aquel borracho que agarra el bolígrafo y el cuaderno desesperado y escribe acongojado para evitar clavar la pluma en su corazón. Todavía en las noches en lo más profundo de las ciudades, donde la mano farsante del bienestar no llega, es posible encontrar personajes similares a él, seres graduados en auto-destrucción que van dejando caer versos y gestos que nunca estarán plasmados en la historia de la literatura, y cuyo fin es una licenciatura en suicidio.
No se compliquen la vida, lean a Bukowski, se van a reír, aunque alguno se muerda el labio hasta sangrar, merece la pena, pero no crean que han descubierto nada, no es uno de los nuestros, no lo olviden, está muy lejos de parecerse a cualquiera de nosotros, de hecho es inalcanzable por la sencilla razón de que su tiempo es otro, los escenarios de sus relatos son irreconocibles en nuestro tiempo, ahora hay demasiado maquillaje y por desgracia creemos tener todo bajo control. Solo una cosa, cuando en la soledad de la noche, escuchen a un borracho cantando por la calle, orinando en la puerta de su casa, indiferente a las amenazas y a policía local, acuérdense de aquel tipo que andaba tambaleándose de bar en bar con los bolsillos llenos de hojas manuscritas. ¡Salud!
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